En tres tiempos se divide la vida: En presente, pasado y futuro; de éstos el presente es brevísimo, el futuro dudoso y el pasado cierto... (Lucio Anneo Séneca)

viernes, 31 de diciembre de 2010

La leyenda de la Palmera






Cuenta una leyenda que una vez, el Emir Abderramán I  estando paseando por los jardines de su palacio de la Arruzafa encontró un pequeño brote que salía del suelo.
Se inclinó hacia él, y lo estudió con detenimiento… El brote era  de una única hoja que miraba hacia el cielo, como preparándose para abrirse en abanico pasados unos días.
Abderramán sabía que en aquella tierra no nacían plantas así, salvo los pequeños palmitos del Guadalquivir.
Según pasaba el tiempo iba viendo crecer a la planta... La protegía, y avisó a  todos sus sirvientes de que no debía ser dañada bajo ningún concepto.
Suspiraba junto a ella los días que se encontraba en la tierra donde lo vio nacer.
Recuerdos, recuerdos de antaño que se desvanecían con el paso de los años... El Emir se sentía solo.
Poco a poco, el pequeño brote fue tomando la forma que el Emir esperaba y la pequeña planta se convirtió en una preciosa palmera .

Dice la leyenda que no existía ninguna hasta ese momento en la península Ibérica, y que esta primera vino como semilla de algún dátil que habría caído de algún cargamento procedente de Oriente.
El caso es que Abderramán I, que añoraba su tierra de origen, veía a la palmera como una compañera en el destino que le había llevado a fundar su dinastía lejos de su tierra de nacimiento...
Está es la poesía que Abderramán le dedico a su ilustre compañera de fatigas:


Tú también eres, insigne palma

De Algarbe las dulces auras
En fecundo suelo arraigas
Tristes lágrimas llorarás
Tú no sientes contratiempos
A mi de pena y dolor
Con mis lágrimas regué
Como la palma y el río
Cuando mis infaustos hados
Me forzaron a dejar
A ti de mi patria amada
Pero yo triste no puedo
eres aquí forastera
tu pompa halagan y besan
y al cielo tu cima elevas
si cual  yo sentir pudieras
como yo de suerte aviesa
Continuas lluvias me anegan
las palmas que el río riega
se olvidaron de mis penas
y de alabar la fiereza
del alma las dulces prendas
ningún recuerdo te queda
dejar de llorar por ella
en este suelo extranjera.
Llora, pues, más siendo muda
¿cómo has de llorar mis penas?
Tú no sientes, cual yo siento
el martirio de la ausencia.
Si tu pudieras sentir
amargo llanto vertieras.


Fuentes: 

Foto recogida de Internet de servicios.educarm- poesía recogida del libro de P.de Madrazo

2 comentarios:

Wigmore-Conesa dijo...

Qué bonito poema y qué bella historia.
Gracias, Chiquita!

MariÁngeles Ortiz dijo...

Los Omeyas eran muy cultos, ya ves.
Un abrazo