En tres tiempos se divide la vida: En presente, pasado y futuro; de éstos el presente es brevísimo, el futuro dudoso y el pasado cierto... (Lucio Anneo Séneca)

jueves, 15 de octubre de 2009

El sanguinario y déspota Al Hakém I






Cuando Zujruf parió a su hijo en el harem de Hisham I  nunca creyó que llegaría a reinar. 
Al Hakem, que así se llamó el pequeño, ni era el primogénito del Emir, ni tampoco tenía sangre real. 
Ella, no era más que una esclava cristiana regalada por Carlomagno, hijo de Pepino "El breve" cuando firmó una tregua con Abderraman I y que fue a engrosar el harem del Emir.

Pero el destino es caprichoso y siempre sintió su padre especial cariño por él, al igual que por su hijo Abd al-Malik, el primogénito; y todo auspiciaba que sería el heredero del Emir.
Cuentan que el joven al Hakem no era muy sociable desde pequeño y que detrás de lo que su padre veía como timidez se ocultaba una crueldad despiadada que ejercía hacia los esclavos y demás hermanos.
Dicen que fue capaz de conjurar contra su medio hermano y elegido heredero, para "envenenar" con sus palabras al Emir y que éste pensara que su hijo Abd al Malik el más querido por él y el que había nombrado su heredero conjuraba contra él.
Lo encarceló durante 17 años y fue así como Al Hakem, que contaba con 26 años de edad sucedió a su padre. 
¿Qué cuál fue su primera orden cuando se sentó en el trono? Pues su primera orden fue que se ejecutara a su medio hermano Abd al Malik.
¡Creyendo que ahí se acabarían sus problemas! Ingenuo... no sabía que habría de hacerle frente a las conspiraciones de sus tíos, sublevaciones de los muladíes de Toledo, Mérida y de la propia Córdoba. Todas, fueron brutalmente sofocadas.

De la misma manera que había ocurrido en el Emirato de su padre, también se produjeron luchas entre bandos por el poder... ¡Los Omeyas no se sentían seguros ni en su propia Corte!
Se enfrentaron al nuevo Emir, como ya lo habían hecho con su padre, sus tíos paternos Sulaymán y Abdalá, que marcharon decididos sobre Córdoba creyendo poder sorprender a la Capital... 
Al Hakem le salió al encuentro entablando una cruenta batalla  en Cañete de las Torres a solo 49 kilómetros de la bella Capital , viéndose derrotado Sulaymán huyó al galope pero el caballo tropezó y cayó malherido... 
Una vez apresado por los hombres de Emir, fue él mismo el que bajó de su caballo y allí degolló a su tío paterno.
Abdalá en un primer momento huyó y se refugió en Valencia donde contaba con grandes partidarios pero privado del apoyo más grande que tuvo en su vida, que era su hermano Sulaymán, no quiso prolongar la resistencia y pensándolo mucho, le ofrece sumisión a su sobrino. Las negociaciones duraron varios años y sellaron las pases con un doble matrimonio, de dos hijos de su tío Abdalá se casarían con dos hijas de Al Hakem... 
¡La mejor de las estrategias para mantener a los hijos de su tío bien cercanos a él y como "rehenes" en Córdoba! Ya que su tío Abdalá tenía totalmente prohibido acercarse a Córdoba.

A cambio de aquella sumisión, Alhakem concedió a Abdalá el permiso de establecerse donde gustase, éste escogió Levante, desde Barcelona hasta Catargena, y la asignación mensual de mil micales de oro.


La Jornada del Foso
Pero los conflictos internos siguieron y esta vez fueron los muladíes lo que no estaban nada contentos con la política de Al Hakham.
¿Qué quién eran los muladíes? Eran los cristianos que habían abrazado el islam, la mayoría a cambio de conservar sus propiedades.
¡La rebelión! La encontró en Toledo
Por aquel entonces Toledo o Tolaitola como era denominada en aquellos tiempos, era gobernada por Yussuf ben Amrú que con sus continuos abusos y desmanes mantenía a la ciudad sumida en un continuo ambiente de terror, llegando las quejas por la tiranía que ejercía a la Corte cordobesa.
El Emir, mandó llamar a algunos nobles toledanos y una vez escuchadas todas las "andanzas" de Yussuf, fue desposeído de su cargo y encarcelado en las mazmorras de su propio castillo.

Pero algunos, no contentos con lo que había dispuesto el Emir ya que creían que era un castigo demasiado leve por todo lo que había hecho el gobernador Yussuf, y aprovechando unas revueltas a causa de la subida de impuestos, asaltaron el castillo situado en el cerro de Montichel y lo asesinaron.
Cuando la ciudad se enteró de lo que había ocurrido se mantuvo expectante a la reacción de Al Hakem,  pues de sobra era conocido con la crueldad con que respondía a las desobediencias. 

Pasaron los días y la única respuesta del Emir fue el nombramiento de un nuevo gobernador que empezó con una nueva etapa de tolerancia en la ciudad, lo que hizo a sus habitantes pensar en la buena lección que le habían dado al cordobés.

Cierto día fueron llamados los nobles de la ciudad al Castillo del nuevo gobernador con la excusa de una recepción en honor de la llegada del príncipe Abderramán, para así poder presentarle todos sus respetos al heredero de Al Hakem.
Cuentan que el castillo y sus alrededores fueron iluminados con miles de antorchas y que resplandecía como nunca, la ciudad entera estaba allí para así poder ver todas las comitivas que entraban a palacio.
Los nobles, con sus familias enteras, eran llamados para pasar a los salones y una vez que entraban... Eran decapitados uno a uno y sus cuerpos arrojados a un foso - según cuenta el cronista Ibn fal Alláh al Umari- "Entre los que esperaban había un hombre muy astuto que, al acercarse a la fortaleza, comenzó a sospechar y se dio cuenta del daño que se estaba cometiendo. 
Sin descender de su caballo, dijo a sus compañeros: 
"¿Cómo es que veo que la gente va pero luego no regresa?, ¿Acaso alguno de vosotros se ha encontrado con alguien que haya salido?. 
Deben de pasarlo tan bien- le contestó uno- que no quieren regresar.
Pero el que preguntaba, levantó la cabeza hacia arriba y, viendo la emanación de la sangre, exclamó ¡Avergonzaos, toledanos!, la espada ha sacado hoy buen provecho de todos vosotros. 
Habéis caído sobre ella como caen las moscas en la miel o las mariposas en el fuego. ¡Desgraciados, mirad al cielo!. 
Observaron entonces el palacio, que estaba rodeado de una humareda roja. 
Él les dijo: ¡Maldita sea! Se trata del vapor de la sangre y no del de la comida. 
Las gentes huyeron también y los soldados cargaron contra ellas con sus espadas, que resplandecían como un relámpago centelleante, hasta el punto de que, desde entonces, ‘Abderramán sufrió de estrabismo en los ojos. La matanza continuó hasta que no quedó ningún valiente a quien temer. 
Toledo se mantuvo fiel a sus gobernadores, que, de no ser por esta artimaña, no habrían podido dominarla"
Cuentan que Al hakém tenía una total falta de confianza en las gentes de su propio pueblo, quizás motivada por el hecho de la herencia cristiana materna viene a explicar ese gusto por rodearse de cristianos, su propio hombre de confianza era un cristiano llamado Vicente, que se expresaba con dificultad hablando en árabe; este personaje aparece citado repetidamente en las crónicas como encargado de transmitir las ordenes del soberano.
Entre sus gentes de armas, también sus favoritos eran los ciento cincuenta soldados cristianos que habían sido traídos como cautivos.
Contó con una guardia palatina de más de dos mil hombres de origen eslavo, llamados “los silenciosos”, porque no sabían el árabe ni el romance. 
Se encontaban en dos cuarteles contiguos al Alcázar y bajo las órdenes del mozárabe Rabí, hijo de Teodulfo, de origen noble fue sin duda lo que le dio la opción a ocupar este cargo.

Para sobrellevar los gastos que le ocasionaba este ejercito que debería pagar puntualmente si quería que le fuesen leales, sobrecargó los tributos llevando al límite al pueblo cordobés.
Negándose un día algunos habitantes a satisfacer aquel nuevo tributo, los recaudadores fueron maltratados...
Enterado Al Hakem de lo ocurrido mandó a su guarda con las ordenes de empalar a diez de los sublevados a la orilla del río para escarmiento de los demás.
Pero fue de repercusión contraria ya que el pueblo, al ver tanta barbarie junta, la muchedumbre se unieron para asaltar el Alcázar Omeya, donde llegaron gritando contra la tiranía del Emir.
Cuentan que los consejeros del Emir como su propio heredero el príncipe Abderraman, le suplicaron a Al Hakem con aplacar el tumulto con palabras de paz, pero el Emir, sediento de sangre salió junto a su guardia contra la muchedumbre, lanceando y degollando a cuantos se encontraba y una vez cansado hizo prisioneros crucificando a más de trecientos.
Luego dio carta blanca a sus tropas para que arrasaran el arrabal, sin respectar ni mujeres, ni niños, ni ancianos, ni casas.

"Al-Hakam se apoderó de diez de los principales exaltados y les hizo ejecutar y crucificar, con lo que dio ocasión de cólera a las gentes del Arrabal. Estalló la revuelta y, una vez dominada, la represión no se hizo esperar: ... Se sacó de todas las viviendas a quienes las habitaban y se les hizo prisioneros, luego se detuvo a treinta de los más notables de entre ellos, se les ejecutó y se les crucificó cabeza abajo. Y, durante tres días, los arrabales de Córdoba sufrieron muertes, incendios, pillajes y destrucciones."
                                                                                                                                  (Del Kamifi-l- Tarif de Ben Al-Athir)

Los pocos habitantes que quedaron del Arrabal que fue arrasado, fueron deportados sin ninguna piedad por parte de éste y desde ese momento se le conoció siempre con al Rabadí, es decir, "el del Arrabal", porque la represión terrible que allí mandó hacer fue el hecho más violento y conocido de su reinado.



El corazón de Al Hakem fue de la madre de su heredero a la que llamaba Haláua que significa dulce y que era de estirpe visigoda... 
Le dio un hijo al que llamaron Abderramán y fue el hijo más querido por el Emir, a pesar de tener dieciocho varones más y veintiuna hijas.

El Emir, pasó los últimos cuatro años de su vida encerrado en su Palacio, afectado de una grave enfermedad nerviosa, que tal vez padeció durante toda su vida pero que se fue acrecentando con la edad... 
Custodiado por su fiel milicia llamados los "silenciosos", vivía en sus aposentos donde escasa gente tenía la autorización para poder pasar a verle. 
Murió a los 53 años, pasando a la historia como el Emir más sanguinario de los Omeya, dejando un mes antes al mando, a su heredero Abd al-Rahman II.


 Pero eso, déjame que te lo cuente otro día.





Fuentes consultadas:
La jornada del foso de Toledo, según Ibn Allah Al -'Umari. Traducción María Crego Gómez- Recuerdo y Bellezas de España de Madrazo- Crónicas de la provincia de Córdoba por Manuel Gonzalez Llana- El veneno del Eunuco de Juan Kresdez- Europa e Islam de Wikipedia- Historia de España antigua y media de Luis Suarez Fernández- Atlas Histórico de España: La dinastía Omeya en España vol 1 por Enrique M. Ruiz, Consuelo Maqueda, etc- Boletín de la Real Academia de la Historia. TOMO CLXXXVIII. NUMERO II. AÑO 1991 Foto recogida de internet -

No hay comentarios: