lunes, 19 de enero de 2015

El Ciprés y el carillón de San Pablo





Frente al Ayuntamiento de Córdoba, encima de lo que fue un palacio almohade y mucho antes, un anfiteatro romano, se levanta una portada con un barroco severo. En ella, una verja que da paso invitando a seguir el camino al pequeño compás que enmarca a la iglesia de San Pablo.
Cuentan, que justamente a la espalda de la iglesia hubo un Ciprés alto, regio, majestuoso, haciendo de relieve como si de un lienzo se tratara, de copa tan fina que se asemejaba a un pincel.
Eran muchos los años que tenía el Ciprés, sembrado por los dominicos del convento, conoció la huerta que los hermanos trabajaban y a la que todo el mundo llamaba "La Almesa", viendo con mucho penar el día que se marcharon, y presenciando el derribo del convento mientras lloraba cerca de lo único que quedó en pie, la iglesia a la que superaba en palmos...

Un día colocaron, muy próximo a él, un carillón enrejado, donde se ocultaba las treinta y seis campanas hechas de bronce que acompañan al rosetón macizo de la bella iglesia.
Alguien me contó que en las noches claras, cuando las piedras del minúsculo compás eran invadidas por rayos de la luna llena, se veía al Ciprés gigante, arrogante, agitarse airoso moviendo su fina copa, llenando el ambiente de sonidos que no eran otras, que palabras de un árbol que orgulloso sentía los años vividos, esos que dan la sensatez de saber esperar...
El carillón, marcando el contraluz de los rayos brillantes de la luna, dejaba salir por las ranuras de su entablillado la alegría suave de una campanita, la más pequeña y con reflejos de plata.
Cuando cantaba el Ciprés con murmullos de sus hojas flotantes, respondía el carillón con sonrisas de campanas de bronce alegres...
En el aire se oía palabras del árbol que tenía el privilegio de conocer mucha historia, y en la noche, rica en sombras angulosas, el Ciprés decía pavoneando su penacho:
-He crecido con lozanía perenne y ya alcanzo a las nubes blancas, soy más hermoso y alto que el carillón...
Seguidamente soplaba la brisa de la noche hacía las rejas del campanario saliendo hermosos sones que después, se hacían palabras de orgullo y soberbia:
-Nosotras estamos más altas, pues nuestra voz llega al azul del cielo. - seguían cantando las campanas- hemos nacido de la manos de un artífice con el don del divino, que nos hizo con bronce y plata para que cuando nos tañeran inundar con música toda la ciudad.
A lo que seguía diciendo el Ciprés moviendo de nuevo su copa:
En mí anidan gorriones que trinan muy cerca del cielo y se cobijan golondrinas  para ahuyentar el calor, yo me siento dichoso de ser también obra de Dios.

Y así pasaban las noches, con ese diálogo de orgullo que ambos sentían, quedando roto cuando sonaba el toque de laudes.
Entonces el Ciprés, se quedaba en silencio meciéndose en el aire cálido y el viejo carillón guardaba callado sus campanas soberbias, excepto la campanita, la más pequeña, que se quedaba embelesada observando al Ciprés presumido como mecía su copa a la espera de ver pasar a los feligreses para misa.

Cuentan que una mañana clara, cuando el aire todavía regalaba el frescor de la aurora, la ciudad amaneció más silenciosa que de costumbre y que al mirar allí arriba, cerca del cielo, donde siempre se veía el penacho del Ciprés altanero, solo se encontraron revoloteando pájaros tristes, gorriones que buscaban el cobijo del frescor de árbol que ya no estaba...
Y rompiendo el silencio una campanita, la más pequeña, sonaba monótona y triste "Tin.... tan" como se despide a los muertos.
Murió el Ciprés majestuoso y todas la campanas de las torres de la ciudad lamentaban la desdicha.
Lloraron los suyos, los demás cipreses que jamás llegarían a ser tan altos como él, lo lloró la noche oscura y hasta la luna llena, que dejó de brillar con la misma intensidad de cuando alumbraba al bello árbol...
Cuentan, que la campanita, la más pequeña, lloraba con su "Tin... tan" a todas horas, a pesar de que el carillón tocara para otros menesteres la campanita perdía el compás de sus hermanas para solo tocar su "Tin...tan", echaba de menos al majestuoso, al enorme Ciprés que la hacía recordar que te tienes que sentir orgulloso de lo que eres.

Por aquel tiempo un Cristo venía de la iglesia de San Francisco para cobijarse ya para siempre, en la Real iglesia de San Pablo.
Tan contentos se pusieron la congregación con su nuevo e ilustre huésped, que quisieron obsequiarlo con un nuevo paso para poder procesionar en Semana Santa por la ciudad... Se reunieron y decidieron llamar a Julio Pajares Vilches, renombrado tallista que confeccionó un paso de estilo barroco para el que utilizó la madera del corpulento Ciprés.

Cuentan que la campanita, la más pequeña, cada viernes Santo que sale el Cristo de la Expiración para pasear las calles cordobesas, empieza a tocar tan alegre, que parece salirse del carillón porque sabe que el Ciprés alto y majestuoso, acompaña al Cristo en su camino.


Fuentes consultadas:
Historia recogida de El ciprés y el carillón  por Francisco Bravo García Diario de Córdoba 03/09/1943 Ampliada la historia - Hermandad de penitencia del Santísimo Cristo de la Expiración- Campaner

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