viernes, 6 de mayo de 2011

Doña Beatriz de Mejías, la cautiva del Deán









Cuentan que en Córdoba hubo un Deán del Cabildo de la Catedral cordobesa que más parecer un sacerdote era un libertino amante de las mujeres, el lujo y el poder.
Se trataba de don Juan Fernández de Córdoba y Zúñiga, hijo de los condes de Cabra y sobrino de don Francisco de Mendoza y de Córdoba.
Vivía con una ostentación no muy acorde con su puesto en la ciudad de Córdoba.
Su palacio abarcaba un enorme solar comprendido entre la actual Plaza de la Compañía y las calles "Duque de Hornachuelos" , lindando con la calle "Juan de Mena", en aquel tiempo calle del "Marqués de la Guardia".
Para hacerse una idea de la extensión, basta decir que hoy día en el mismo solar se ubican la iglesia de El Salvador y Santo Domingo de Silos (Llamada hoy en día la Iglesia de la Compañía), las Reales Escuelas Pías de la Inmaculada Concepción y varios edificios de viviendas.

El Deán,  había logrado cautivar la atención de una hermosa joven llamada Beatriz de Mejías perteneciente también a una noble y honrada familia.
Don Juan siempre encontraba el momento a la salida de la iglesia de halagar y enamorar a esta doncella que tal vez por su ingenuidad escuchaba los requiebros amorosos que le hacía éste.
Un día y en el despiste de su criada, la doncella desapareció... No volvió a casa. ¡Nada más se supo durante días de la bella Beatriz!
Pasado varías semanas en que la búsqueda de la familia no cesaba... El prebendado empezó a rumorear por la ciudad que doña Beatriz había sido acogida en su palacio y que no quería saber nada de su familia.
La familia de Beatriz intentó mil veces ir y hablar con ella pero el Deán nunca dejaba que la vieran alegando que cumplía ordenes de la propia Beatriz.
A la gente le extrañaba que nunca fuera vista en ninguna parte y pasado el tiempo las cosas se fueron calmando, incluso se podría decir, olvidando.
Casi diez años estuvo cautiva... Durante los cuales dió a luz a cinco hijos.
Su vida no era tan apacible como contaba su "carcelero" por toda la ciudad ya que pasaba el tiempo encerrada en su habitación; ni era dueña de pasear por la casa a solas, porque su seductor la esclavizó hasta el punto de recoger la llave de su estancia.
Plaza de la Compañía donde se encontraba la casa del Dean
En este tiempo predicaba con frecuencia el Maestro Ávila en la Catedral, y un día en que todos los de la casa, excepto ella, habían ido a oírle y doña Beatriz, aprovechando que el deán no estaba en casa, llamó desde la ventana de sus aposentos a uno de los criados, rogándole hiciera por facilitarle el ir a la iglesia, prometiéndole volverse antes que su amo.
El criado en un principio se negó pero a la vista de un lindo anillo que le entregó Beatriz a cambio de su ayuda, trajo un manto y puso una escalera, por la cual bajó la joven, hasta sin zapatos, y se marchó a la Catedral.
La pobre Beatriz cubierta con el manto que le había entregado el criado se colocó frente al púlpito donde subió a él aquel santo, que en tan alto grado poseía el don de la palabra  y como si la providencia le hiciese adivinar la vida del prebendado y su cautiva, cuando al terminar, entró en la sacristía arrojándose a sus pies la desgraciada mujer, no se sorprendió tanto como para no creerla.
Anegada en lágrimas de dolor le contó que era cautiva de Don Juan y se puso bajo su amparo, jurándole que nunca se había marchado de casa como el deán decía, relatándole que fue secuestrada por los hombres de éste un día que salía de la Catedral...

El Maestro Ávila, viendo a lo que se enfrentaba por el poder que tenía D. Juan y toda su familia, no le dijo nada a éste y acompañó a la joven hasta la casa de doña Teresa Narváez, donde fue recibida, previniendo el padre Ávila a doña Teresa que bajo ningún concepto el Deán la viera.

Cuando el canónigo volvió a su casa y abrió la habitación, se encontró burlado; salió como una furia; registró hasta el último rincón de su palacio, pudiendo apenas preguntar, lleno de coraje, por el paradero de la fugitiva, de que nadie le daba conocimiento.
Sin resultado favorable, salió a la calle, interrogando a cuantos veía, hasta que al fin supo el respetable lugar depósito de su adorada.
Reunió a sus criados y otros hombres y se dirigió a casa de doña Teresa Narváez, resuelto a sacar aunque fuera por la fuerza a la mujer que buscaba.

Doña Teresa al ver rodeada su casa por los hombres del Deán en seguida avisó al Padre Ávila, quien puso en conocimiento del Corregidor cuanto ocurría en el asunto... El corregidor se presentó allí, reprendió su conducta al canónigo, amenazó a los que le acompañaban, y todos se retiraron, no sin jurar antes de marcharse Don Juan vengarse de lo ocurrido.
Y aquella misma noche salieron de Córdoba el venerable Padre y la joven, a quienes el Corregidor acompañó hasta dos leguas de la ciudad...
Llegados a Montilla, la marquesa de Priego, cuyas virtudes eran tan conocidas, se hizo cargo de la joven, teniéndola mucho tiempo en su casa, desoyendo las súplicas del prebendado, quien, como su pariente, le rogó se la entregase... Desde allí pasó a Granada, para que curada por completo.
Mientras en Córdoba la palabra "venganza" corría de boca en boca y una noche salió ardiendo el palacio que acabó con él y apunto estuvo de hacerlo también con la vida de su propietario.
Nadie quiso saber en realidad quién o quienes prendieron fuego al palacio... Las ansias de castigo eran muchas y como solo fueron daños materiales y realmente no se sabía quien había sido, la cosa no llegó a más. El deán marchó a otra casa un poco menos ostentosa y más conforme a su posición.

Con el paso del tiempo Beatriz, volvió a Córdoba, recogió sus hijos, y vivió honradamente con el producto de cuatro mil ducados que le dieron el arzobispo de Granada, el marqués y marquesa de Priego... ¡Jamás de supo más de ella, fue borrada de la historia para tapar la vergüenza de Deán!

El prebendado, aunque jamás pudo ver a su fugitiva, les dio las dotes para sus hijos...
El primogénito, don Juan de Córdoba, llegó a ser nombrado caballero de Santiago y heredaría el sustancioso mayorazgo fundado por su padre, quien lo casó con doña Antonia de Bernuy Barba, hija segunda del señor de Benamejí y otro de sus hijos fue fray Gabriel de Mendoza, dominico en San Pablo el Real.
Antes de su muerte, para la primogénita de sus hijas, doña Leonor Fernández de Córdoba, logró el Deán un buen matrimonio con un primo, heredero del mayorazgo de la rama segunda de los señores de Luque, don Martín Fernández Venegas.
Otras dos hijas, Bárbara y Juana de Córdoba, profesaron en el convento cordobés de Santa Inés.

Cuentan que avergonzado y arrepentido hizo muchas cosas buenas por los niños huérfanos cordobeses...

Pero eso, déjame que te lo cuente otro día.



Fuentes Consultadas : 
De vasallos a señores de Antonio J. Diaz Rodríguez- Nobleza española por Juan Miguel Soler Salcedo- La casa del Dean Juan de Córdoba : Lujo y clientela en torno a un capitular  del renacimiento de Antonio José Diaz Rodriguez- Boletín de la Sociedad Española de Excursiones volúmenes 5 y 6 Año 1898- Fotos recogidas de Internet no corresponde al personaje 

4 comentarios:

  1. vaya con el dean... Pobre mujer, segura q la viola a cada dia. Al menos logro Salir. K asco d hombres.

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  2. Unknown, y lo peor de todo esto es que no es una leyenda, que fue una realidad. Una pena de como el poder siempre machaca a los mismos. Un saludo

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  3. Y las que no salen... Vaya historia, Chiqui. Gracias. BEsos.

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    1. Ya ves, cuantas historia hay que jamás saldrán a la luz por miedo.

      Un abrazo amiga

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Muchas gracias por sus comentarios.